Running popular.
Y triatlón, montaña, natación, etc.

Soy competitivo, me gusta ganar, no lo puedo negar, pero hay ocasiones que por encima de la alegría y satisfacción de conseguir una medalla, o quedar primero en tu categoría, hay otras motivaciones aún mucho más importantes.

Después de mi última carrera de 50 kms en Santander, mis objetivos eran claros: participar en el Campeonato de España Máster de Maratón el día 21 de Noviembre en Gran Canaria, y correr la Behobia una semana antes como entrenamiento.

A primeros de Agosto, todo se fue al traste, a mi mujer le pronosticaron una grave y rara enfermedad, (una incidencia de 1 por cada aprox. 4,5 millones)

Aunque en un principio tuve que abandonar mis planes de entrenamiento, posteriormente, aconsejado por mis familiares, amigos y yo mismo para evadirme, decidí salir a correr aunque solo fueran las salidas habituales de los domingos y algún rato que pudiera entre semana.

Pasado el duro golpe de la incertidumbre, y con un pronóstico ya confirmado, el tratamiento será duro y largo, pero con la esperanza de que podrá ser curable.

Ante este panorama y viendo que la rutina del entrenamiento, era lo único que me permitía desconectar durante el tiempo que estaba corriendo, decidí reanudar la dinámica de los entrenos, con un plan distinto, olvidándome del maratón indicado, sustituirlo por la Behobia y maratón de Donosti.

Era consciente de que no podría llevar un plan a rajatabla, o incluso tener que dejarlo en cualquier momento, como así me ocurrió con el maratón de Donosti, que a tan solo 4 días antes decidí renunciar debido al gran incremento de casos de covid, para protegerle y evitar su contagio.

Desde el punto de vista deportivo me encontraba animado y mejor cada día.

A mediados de Octubre, faltando justo un mes, mi hijo Iñaki, me comentó que había decidido entrenar para acompañarme.

Esto nos ilusionó y motivó tanto a los dos, que ambos entrenamos con la idea de que él hiciera de liebre para que yo pudiera conseguir una buena marca. Con esa ilusión y mentalidad, haciendo a veces de tripas corazón, entrenamos cada uno cuando podíamos.

Los días previos comentábamos entre nosotros, los ritmos, la estrategia a seguir, etc. La noche anterior ninguno de los dos habíamos conseguido dormir mucho (algo habitual), el día de la prueba ya en el autobús comentamos y ambos por separado habíamos estado pensando y coincidimos en lo mismo:

“Esta va a ser una carrera distinta, se la dedicaremos a la amá, nos olvidamos del tema deportivo, vamos a disfrutar y a entrar en meta agarrados de la mano ofreciéndosela a ella".

Con esa idea comenzamos la carrera tranquilos, sin forzar, los que me conocéis sabéis muy bien que yo necesito calentar mucho y hasta el km 6-8 o así, me suele costar coger el ritmo.

Subimos Gaintxurizketa sin problemas, bajamos hasta la zona de Lintzirin con prudencia para no cargar demasiado mi tocada rodilla, pero ya saliendo de Rentería y desde el inicio de Capuchinos, empecé a sentirme tan fuerte que no sé muy bien si por el pensamiento en mi mujer, por la adrenalina acumulada, por exceso de prudencia al inicio o por qué, lo cierto es que cada km lo hacíamos más y más rápido, disfrutando de los últimos kms de carrera como nunca.

En otras ocasiones después de la bajada de Miracruz, la Avenida de Navarra "pica para arriba" y las fuerzas se van minando, la Zurriola se hace eterna, pasas el Kurssal y cada arco publicitario crees que será la meta. Esta vez era distinto, ya desde el inicio de la Zurriola, me sentía pletórico, no podía contener la tentación de levantar los brazos, aplaudir en algunos momentos a los espectadores, saborear la satisfacción e ilusión de cruzar la línea de meta juntos.

Luego me enteré que había quedado el primero de mi categoría, pero eso esta vez era secundario, no me importaba tanto.

Con esa misma esperanza, toda mi familia y yo mismo, estamos tratando de superar una larguísima "ultra-maratón" para la que el destino se ha empeñado en inscribirnos. Aún nos queda un duro recorrido, pero con la esperanza de cruzar algún día, todos juntos y con las manos levantadas la línea de meta, de la que será sin duda la carrera más larga, dura e importante de mi vida.